Hong Wei, Pekín
15 de agosto de 2012
El 21 de julio de 2012, empezó a caer una lluvia torrencial. Ese día resulta que tenía un deber que cumplir, así que, tras terminar nuestra reunión y al ver que la lluvia se había suavizado un poco, me fui rápido a casa en mi bicicleta. Sólo cuando llegué a la autopista descubrí que el agua estaba cayendo de la montaña como una cascada, y la carretera estaba tan cubierta de la misma que su superficie ya no se podía ver con claridad. Esta visión me hizo sentir algo de miedo, por lo que en mi corazón clamé con persistencia: “¡Dios! Te imploro que aumentes mi fe y valentía. Justo ahora es un momento en el que Tú quieres que yo dé testimonio. Si permites que el agua me arrastre, esto también entraña Tus buenas intenciones. Estoy dispuesto a someterme a Tu orquestación y a Tus arreglos”. Después de orar así, me calmé; ya no sentía tanto miedo, y afronté la tormenta de frente continuamente a todo el camino a casa. ¿Quién podría haber sabido que había un peligro incluso mayor esperándome? En el camino a mi casa había una cuesta muy empinada. A causa del asfalto recién echado y del agua de lluvia que caía por la cuesta, cuando yo descendía, los frenos delanteros de la bicicleta no funcionaron. Al pie de esta cuesta había una carretera secundaria que daba a la Carretera Nacional 108 y, delante de la misma, había un grupo de árboles. Más allá se encontraba la corriente principal del río; de no ser capaz de reducir mi velocidad, no tendría otra elección que estrellarme contra esos árboles, y era incluso posible que cayera en el río. Las consecuencias de ello… Pensé para mí mismo: “¡Estoy acabado!”. Justo mientras estaba pensando esto, alguna fuerza de alguna parte me hizo bajar de la bicicleta. La inercia de esta me arrastró con ella, y no se detuvo hasta que llegó a la intersección al pie de la cuesta. En ese mismo instante pasaron dos coches, uno al lado del otro, justo delante de mí. ¡Faltó muy poco! Por suerte, justo en medio de esta crisis, Dios me había salvado.
Después de llegar a casa, la lluvia empezó a caer con más violencia aún y, en un abrir y cerrar de ojos, el agua había llegado al séptimo de los escalones delanteros de nuestra casa. Por entonces, también se habían caído algunas líneas de electricidad, que rompieron los paneles solares de nuestro vecino. Nunca había visto una inundación así, que crecía todo el tiempo. En el momento en que me había cambiado la ropa empapada y había vuelto al patio para echar un vistazo, el agua había subido hasta el decimotercer escalón y estaba a punto de entrar en el mismo. Cerré rápidamente la puerta delantera y empecé a reunir el reproductor de mp4 que uso para escuchar himnos y sermones, así como mi colección de libros de las declaraciones de Dios. Mi esposa, que también es creyente, también reunió sus libros, y nos estábamos preparando para subir a la montaña en cualquier momento. Justo entonces pensamos de repente: “Podemos llevarnos nuestros propios libros, pero muchos de los libros de la iglesia siguen aquí en la casa; ¿cómo podemos llevarlos?”. Apresuradamente, nos arrodillamos ante Dios y oramos: “¡Dios! Podemos llevarnos nuestros propios libros, pero sigue habiendo demasiados libros de la iglesia apilados aquí para que nos los llevemos. No queremos que las propiedades de la iglesia se deterioren. Dios, por favor, cuídalos y protégelos. No tenemos forma de hacerlo. Sin embargo, estamos dispuestos a confiar en Ti y a someternos a Tu orquestación”. Después de orar, aún vi otro acto de Dios. Originalmente, las aguas se precipitaban hacia nosotros con una fuerza tremendamente destructiva, pero cuando pasaron por nuestra casa, se ralentizaron repentinamente y la corriente aminoró; incluso se frenó hasta convertirse en un simple chorrito de agua. Debido a esto, los libros de la iglesia no se dañaron en absoluto. Esa noche, los vecinos de delante y detrás de nosotros se fueron todos porque el agua había entrado en su patio, pero bajo el ojo vigilante de Dios, nosotros permanecimos protegidos y disfrutamos de una noche apacible.
En medio de esta experiencia, presencié maravillosos actos de Dios con mis propios ojos. Dado que me salvé gracias a la protección de Dios, no puedo carecer de conciencia, le debo pagar la deuda de amor. Debo difundir más el evangelio y dar testimonio de Él para que más personas puedan venir ante Dios Todopoderoso tan pronto como sea posible. Nuestra rebelión ha provocado la ira de Dios, y ha causado que toda clase de desastres nos sobrevengan una y otra vez; estos son Sus recordatorios y advertencias para nosotros. Valoremos esta oportunidad final dada por Dios para cumplir con nuestros deberes, y satisfagámosle y consolemos Su corazón. Al mismo tiempo, en el proceso de cumplir con nuestros deberes, alcancemos el conocimiento de Dios y presenciemos Sus actos hasta un grado incluso mayor.
Recomendación: La salvación de Dios
Fuente: Relámpago Oriental
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